#21 Mundos, lenguas y recuerdos antiguos
Primeros pasos de "Antaño", esperanto y una reflexión sobre la nostalgia.
¡Hola! Con algunos días de retraso, envío este nuevo número de boletín. Continúo con la difusión de prensa relacionada con la presentación y promoción de mis obras y un par de novedades interesantes, así como una reflexión sobre un tema que me interesa mucho.
Presentación virtual de Antaño (ed. mexicana)
Como recordarán, hace poco se publicó la edición chilena de Antaño, por la editorial Trazos de Aves. Como no podré ir en algún tiempo a Santiago para su presentación presencial, me conformé mientras con una presentación virtual, en el marco de la edición mexicana, de Casa Futura Ediciones.
Para este evento, conté con la compañía de los escritores mexicanos Eduardo Vardheren y Gabriela Damián, y con la mediación del editor Jovany Cruz. Tengo un lazo fraternal con ambos autores, desarrollado a lo largo de los años, y nos une un amor por la imaginación y una maravilla hacia la estética de la fantasía.
Al final, resultó un encuentro muy entrañable, más una conversación que una presentación al uso. Confieso que a veces me desalienta toparme con cierto tipo genérico de preguntas en estas instancias (“¿cómo y por qué comenzaste a escribir?”, por ejemplo), en parte porque no aprovechan mi especialización como Fantasista y en parte porque ya las he abordado muchas veces en mis textos personales. Entiendo que el espectador promedio no tiene cómo ni por qué saber eso y que quizá le interese genuinamente ese tipo de preguntas, pero a veces me agota responder siempre lo mismo. (También está la sospecha de que, en general, siempre me ve la misma gente fiel, ¡y temo agotarlos a ellos también!)
Pero nada de esto ocurrió con Eduardo y Gabriela, quienes no solo formularon comentarios y reflexiones personales muy estimulantes sobre Antaño y la propia fantasía, sino que también me plantearon preguntas y temáticas interesantísimas y que me encantó explorar en vivo. (¡Incluso tuve que anotarlas!)
Dichosamente, la presentación quedó grabada en los canales de Casa Futura, por si quieren escucharnos en tan intensa y entretenida velada (al menos para nosotros y los asistentes sincrónicos).
Aquí va:
Primeras reseñas de Antaño
A continuación compilo las primeras reseñas sobre Antaño en diversos sitios web, por si interesan a alguien. Un detalle pequeño que me gustó es que todas tenían títulos, así que se los comparto con ellos.
HACER APARECER AL CONEJO ES MAGIA VERDADERA, por Alicia Mares, en la revista Penumbria:
(Recomiendo leer este texto tras terminar la lectura del cuento “El hijo del herrero”, porque es ante todo un análisis de este relato, para que no se spoileen)
LOS DULCES RECUERDOS DE LOS DÍAS DE ANTAÑO, por Eduardo Vardheren, en su blog personal Poetonauta:
DE PASEO CON UNA FANTASISTA, por Feliza Marro, en su boletín Cabritas LIJ:
Entrevista en el podcast de Nintendatos
Nintendatos es un proyecto español de difusión centrado en novedades y análisis sobre el mundo de Nintendo, creado por Nacho Bartolomé. Nacho me contactó para una entrevista dentro de su podcast periódico para conversar sobre Super Mario RPG, su remake y mi libro.
Curiosamente, tras bambalinas descubrimos que ambos habíamos compartido espacio alguna vez en los Cuadernos de Máquinas (2016-2017), volúmenes de textos críticos sobre videojuegos del desaparecido proyecto español Deus Ex Machina. Estos libros están liberados en PDF, y pueden leer mis contribuciones para ellos aquí. ((Dios mío, cuánta cosa he hecho))
Fue una conversación muy amena, en la que pude comentar por primera vez mis impresiones sobre mi experiencia con el remake, que estaba terminando esos días. Recuerdo que, en la entrevista con Anait Games (ver Boletín de Fay #17), fui una pésima adivina: ¡dije que creía que no habría ningún cambio! Bueno, no fue así, por fortuna.
En esta grabación podrán conocer mejor mis opiniones.
Traducción al esperanto
El camino del Fantasista está lleno de desgracias, pero naturalmente también de gracias, muchas de ellas inesperadas e insospechadas. Una de ellas fue la propuesta de Persikore Plum, traductora y especialista en esperanto, para traducir mi cuento “Canción de grillo” a este idioma en su proyecto de traducciones de su blog, llamado Kiel inko por mondofino. Eligió este cuento porque, como saben quienes lo han leído, tiene una propuesta estilística muy excesiva en su lirismo, lo que lo hace destacar (para bien y para mal).
El esperanto es una lengua inventada, surgida en principio con la intención de facilitar la comunicación internacional, una suerte de lingua franca artificial. Por desgracia, no se usa mucho en el mundo. Curiosamente, Tolkien la miraba con recelo porque (parafraseo de memoria) creía que una lengua no podía vivir de verdad sin mitología. Quizá tuviese razón. Pero el propósito en sí del esperanto es muy bello, así que aquí puedo sentar una distancia del Profesor.
[PARÉNTESIS.
Conocí el término “esperanto” por primera vez, de niña, en un infame juego de palabras en un número en español de la antigua revista Gamepro, a propósito de los espers de Final Fantasy 6… La sección en cuestión se titulaba “Hablando Esper-anto”. Naturalmente, no sabía entonces qué era el esperanto, y menos habría podido imaginarme que de adulta vería una de mis historias traducida a esta lengua.
Me causa gracia pensar cómo tantas cosas aparecen atadas en mi vida a partir de situaciones estúpidas, frikísimas, anómalas, jajajaj.
FIN DEL PARÉNTESIS.]
Luego de un par de años de intenso trabajo y corrección, Persikore me compartió la versión final de la traducción, que ustedes pueden disfrutar ahora. Y digo disfrutar porque no sé si entiendan esperanto, pero a veces no necesitamos entender algo para admirarlo.
Si les interesa leer el cuento en su idioma original, pueden encontrarlo 🌟GRATIS 🌟 en mi compilación virtual de cuentos El musgo en las ruinas.
Sobre la nostalgia
Imagínense la siguiente escena: van a YouTube y hacen clic en algún video de alguna obra “retro” querida y relevante para su formación infantojuvenil. Puede ser un capítulo de una serie animada, la banda sonora de un videojuego o la escena de una película. Luego, imagínense que, de ociosos, bajan a la sección de comentarios a ver qué está diciendo la gente al respecto. Entre numerosas opiniones o anécdotas, lo más seguro es que se reitere, con más o menos variantes de palabras o sentido, este tipo de texto:
Esta [obra] me hace extrañar mi infancia, cuando no tenía responsabilidades. Éramos felices y no lo sabíamos.
Al margen de que a estas alturas casi podamos considerar este patrón de comentario un meme, es evidente que algunas personas acuden a él desde la más punzante sinceridad. De hecho, es posible que este patrón de comentario sea una de las razones por las que parece estar de moda hoy en día criticar la nostalgia en la ficción como impulso casi reaccionario. Algo de eso podría ser válido, quizá: quien desea regresar sin complejos a una etapa embrionaria pasada solo por no tener grandes responsabilidades se acerca mucho al escapista crónico. Pero ¿qué es lo que en verdad se critica de la nostalgia cuando se critica la nostalgia?
Desde lo personal, nunca he terminado de entender la premisa del comentario, y de la consecuente crítica que se alza contra los nostálgicos. Digo: ¿de verdad ustedes fueron felices en su infancia? ¿Volverían a su infancia tal y como fue en sus vidas solo porque ahí conocieron algunas de estas obras amadas? ¿Les valdría la pena?
¡Insólito!
Creo que el comentario aquel y su consecuente crítica solo representa a cierta parte, muy acotada, del receptor de estas obras. Una parte, por desgracia, que parece más bien privilegiada, aunque no debiera serlo, pues todo niño y joven merecería tener una infancia y juventud, si no felices, al menos tranquilas. Pero es evidente que no todos los niños y jóvenes fueron, serán o han sido felices o carentes de responsabilidades adultas.
Sin embargo, eso no tiene nada que ver con la recepción de estas obras.
Lo que en niños y jóvenes privilegiados se materializó con los años en un mero anhelo de volver a una Edad de Oro de por sí idealizada, probablemente por haberse convertido en adultos normativos sin rumbo idiosincrático, en otros se nos materializó como un regreso constante a lo único que iluminó nuestros sufrimientos infantojuveniles, y que en algunos casos contribuyó a marcar nuestro destino.
Yo jamás querría regresar a ser la niña y adolescente que fui, en parte porque quizá no volvería a sobrevivir. Es indudable que, a pesar de toooodos mis problemas, estoy muchísimo mejor como adulta. Tengo autonomía y algunos recursos funcionales y económicos, así como más herramientas para entender la necesidad de mantenerme alejada de cierto tipo de personas y, acaso más esencial aún, para conseguir mantenerme alejada. No siempre lo logro, pero al menos ahora tengo esas posibilidades.
Según el discurso normativo de la nostalgia, yo no tendría entonces razón para anhelar el regreso a mis JRPGs y mis animés noventeros-dosmileros. Pero es que yo no quiero volver a ser la niña-joven que fui cuando los conocí. Lo que me duele en realidad no es la imposibilidad fáctica de este regreso, sino el hecho de no haber podido estar e esos años en condiciones contextual y sicológicamente saludables como para haber disfrutado de ellas sin la sombra del sufrimiento.
Ahora bien, eso sugiere una pregunta complicada: si yo hubiera vivido una vida normal, si yo hubiera sido normal… ¿me habría acercado de todas formas a estas obras, las habría amado con todo el desgarro de mi corazón? Y otra pregunta, aún más complicada si cabe: si no hubiese sido así, ¿habría estado dispuesta a vivir y sentir todo lo que viví y sentí solo por haber obtenido a cambio la experiencia de estas obras en mí?
En realidad, no puedo responder estas preguntas; en su calidad de especulaciones, nunca podré hacerlo. Pero puedo emplearlas para reflexionar sobre la propia nostalgia, sobre mí misma y sobre mi relación con ella.
Para mí, la nostalgia por estas obras no es pasiva, ni escapista ni reaccionaria. Es un acto de reconstrucción crítica de experiencias formativas, así como de alzamiento de un imaginario infantojuvenil trascendente en medio del campo de mi vida adulta. Algo de esto hay en mi concepción personal de la literatura infantil y juvenil, anclada en las ideas de C.S. Lewis y George MacDonald: antes que cualquier discusión etaria o valórica, para mí la LIJ es una estética más. Del mismo modo, puedo (deseo) reclamar para mi yo adulto los escasos momentos plenos de mi infancia y juventud desde la nostalgia de aquellas obras hermosas que me acompañaron y que me siguen acompañando.
Desde luego, me es imposible apreciarlas tal y como vinieron a mí en esos años pretéritos. Pero eso está bien: es parte de crecer y cambiar. Aquí se aquilata el valor de una obra artística de infancia y juventud, pues esta debe seguir entregando sentido incluso cuando su receptor ideal ha envejecido. Creo que el problema esencial de ciertas ideas sobre la LIJ es el (mal)entendido de que estas son “solo para niños”, lo que implica que deberían escribirse pensando siempre en lo que supuestamente le interesa a los niños (normativos, obviamente, porque son mayoría y sabemos que los planes lectores escolares mueven muchísimo dinero), y que su destinatario absoluto sería siempre esa misma abstracción de niño. Lo que esta visión sugiere es que este tipo de literatura tendría una fecha de caducidad, lo que me parece absurdo. Desde mi experiencia, nunca he amado más ciertas obras de LIJ, nunca han sido más “LIJ” para mí que desde la adultez.
Felizmente, muchas de las obras que disfruté en mi pasado y que me marcaron, literarias y no literarias, han salido exitosas de tal prueba de tiempo. La máxima expresión personal de mi vínculo con ellas, quizá, puede encontrarse en mi libro Érase una vez siete estrellas: Super Mario RPG.
Hubiera sido imposible para mi yo adolescente escribir un libro sobre este videojuego (escribía libros entonces, pero eran horribles; no hablaremos de eso ahora). Es algo que solo podría haber hecho desde mi yo adulto, sobre todo por el conocimiento teórico que he ido adquiriendo sobre el cuento de hadas y la fantasía y que me permitió enmarcar el análisis de la historia y los personajes y explicar mejor, tanto al lector como a mí misma, qué mecanismos narrativos operan para producir determinados efectos estéticos y emotivos. Hoy creo que muchas de estas cosas ya las entendía como corazonadas e intuiciones, pero la madurez me ha facilitado sistematizarlas.
Lo maravilloso del asunto es que, teorías o sistematizaciones aparte, años más o años menos, el juego me sigue encantando, y sigo llorando como una tonta en su ending. Podría intentar desentrañar también la razón de mis lágrimas (y seguramente el nombre de la compositora Yoko Shimomura aparecía en un texto semejante), pero en realidad no pretendo hacer tal cosa.
No se desentraña un encantamiento: se lo vive.
Por supuesto, comprendo que la nostalgia de ficciones populares está capitalizada hoy en día. Los remakes, con mayores o menores cambios a los originales, abundan, y suelen ser muy rentables. En tiempos en los que la parte más mainstream de la industria cultural y del entretenimiento está azotada por males diversos (sobresaturación de obras, precariedad de creadores, obsesión con la IA, receptores cada vez más paralizados por una oferta excesiva y una deteriorada capacidad crítica, entre otros), se entiende por qué a veces tendemos pasivamente a estos regresos a trabajos ya amados.
Ahora, no es mi intención condenar a nadie que se deje llevar por estos cantos de sirena, en parte porque también lo hago de cuando en cuando. Lo que sí me interesa insistir es en nuestra propia recepción de estos productos nostálgicos. ¿Qué hacemos con ellos ahora, qué nos dicen ahora, qué oímos ahora de sus voces recontadas? ¿Cómo los resignificamos desde nuestra experiencia adulta? ¿Cómo los integramos a quienes somos ahora? ¿Cómo asumimos nuestra labor de legarlos a nuevas generaciones, desde sus propias contextualizaciones históricas y las nuestras, muy personales, desde fuera del marco del propio mercado?
Creo que formularnos este tipo de preguntas podría ayudar a contrarrestar en algo aquella pasividad escapista a la que he aludido, y que parece penar en los comentarios que usé como modelo al inicio de esta reflexión. Considero que al menos nos ayudan a volver a la obra de alguna manera, pero con toda nuestra adultez actual a cuestas, y de esa fricción algo interesante debe salir.
Creo. Espero. Rezo.
¿Cuál es tu obra nostálgica, lector del boletín? ¿En qué historia de infancia o juventud se quedó encallado tu corazón? ¿Has salido de ella alguna vez, de qué formas? ¿Deseas volver a ella?
No me contestes si no quieres. Pero contéstate a ti mismo. Vale muchísimo la pena.
¡Eso es todo! Nos seguimos leyendo a futuro… Creo. Espero. Rezo.