¡Hola! He estado unos meses ausentes de aquí por asuntos personales varios, algunos alentadores y otros no tanto. Eso no quiere decir que no haya estado haciendo cosas en la línea de mis actividades de fantasía; es solo que algunas no han terminado de concretarse en un estado que me permita presentarlas por acá. Ahora que ha pasado algo más de tiempo, asumo que unas cuantas sí se pueden contar y compartir, dentro de lo que cabe.
A propósito de esto, desde hace un par de años llevo registro de mis actividades con la fantasía en una libretita dedicada especialmente para tal fin. La razón fue muy obvia: un día descubrí que hacía muchas cosas, pero que terminaba olvidándolas en el tiempo y me sentía culpable por creerme floja. Así que, para acordarme de todo lo que sí hacía, implementé este sencillo sistema, con un código de color para cada tipo de actividad. Luego se me ocurrió que bien podría compartir algunos de estos hitos en plataformas como este boletín o mi recuento anual de Ko-fi.
Recomiendo el uso de estas libretitas si, como yo, tienes tendencias a olvidar o minimizar lo que haces durante un año.
Ahora bien, curiosamente, lo que más he hecho estos meses por la fantasía no está registrado en la libretita, porque tiene que ver con escrituras muy importantes. Quizá para eso debiera dedicarle un diario personal, pero eso es otra cuestión.
Vamos entonces con lo que sí se puede contar.
Ponencia en el I Congreso de Didáctica del Lenguaje (UCT)
A fines de octubre participé en el I Congreso de Didáctica del Lenguaje, organizado por la Universidad Católica de Temuco. Desde que me mudé al sur, me ha resultado difícil dar con eventos académicos afines a mi línea que no estén en la (lejana, ahora) ciudad de Santiago, así que intenté aprovechar esta oportunidad (Temuco queda cerca de 3 horas de donde vivo actualmente). Esto también me permitió asumir el desafío de aterrizar mi interés y labores con la fantasía en un área disciplinar que en rigor me pertenece por formación académica, pero a la que he rehuido laboralmente por diversas razones: la pedagogía y la didáctica.
¿Cómo y por qué leer y enseñar literatura de fantasía en el aula chilena? Esa fue la pregunta eje de esta presentación, que titulé “Para crear un grimorio: desafíos y orientaciones para incluir y potenciar la literatura de fantasía en el aula”.
Debido a la brevedad requerida de las ponencias, y a lo mucho que se puede hablar desde pedagogía, esta vez trabajé con un formato mucho más acotado de texto, más cercano a un guion que a un texto académico como tal. Mi intención a largo plazo es convertir este trabajo en un paper formal, pero por lo pronto les puedo compartir la presentación en PPT. Como siempre, si algo en ella les interesa y desean ocuparla como bibliografía para sus propias actividades, CITEN MI TRABAJO E INCLUYAN MI NOMBRE. El PPT está adscrito a la ponencia, así que pueden usar esos datos para la referencia.
Una cosa bonita e inesperada de esta instancia fue que compartí mesa con dos personas admiradas: Cielo Ospina, académica especialista en literatura infantil y juvenil que presentó El idioma de los dragones, y Natalia Cisterna, académica especialista en literatura chilena y latinoamericana de mujeres y que fue mi profesora en el curso Teoría Crítica Contemporánea del Magíster de la Universidad de Chile.
En otro orden de cosas, este fortuito encuentro con la profesora Natalia me hizo reconsiderar muchas cosas que pensé que había descartado de plano, así que podríamos decir que mi asistencia a la UCT y todo lo que ocurrió en ella fue un evento decisivo, que abrió nuevas posibilidades en mí. Quién sabe qué depare el destino. A la Providencia me entrego.
Pueden ver algunas fotos del evento en mi Instagram de autora.
Ensayo: “Aprendizaje y redención en Dragon Quest: Las aventuras de Dai”
Hace algún tiempo, desde que retomé el visionado de animés de fantasía recientes, se me ocurrió la laboriosa idea de escribir ensayos sobre cada una de estas historias, naturalmente desde marcos afines a la fantasía. Como soy una persona lenta y tengo que hacer muchas cosas a la vez, como cualquier ser humano adulto, sabía que esta tarea se me dificultaría y que sería fácil que la abandonara.
Con todo, logré al fin comenzar esta serie de ensayos con un animé que me pareció muy entrañable, y que me además me pareció el más sencillo de abordar desde estos enfoques: el remake de Dragon Quest: Dai no Daiboken, basado en los bellos JRPGs del mismo nombre. He titulado el texto “Aprendizaje y redención en Dragon Quest: Las aventuras de Dai”, porque me interesaba centrarme en aquellos atributos propositivos, tan propios de la fantasía épica y aventurera más tradicional.
No sé si lograré eventualmente completar esta serie de textos, pero me encantaría. Otros candidatos obvios son Ōsama Ranking, Dungeon Meshi y, por supuestísimo, Sōsō no Frieren, que es probablemente la mejor obra de fantasía contemporánea que he disfrutado junto con la novela Piranesi de Susanna Clarke. Veamos qué pasa.
Por lo pronto, empecemos con las aventuras de Dai.
Trascendencia e inmanencia
Tú y yo nos moriremos algún día. Cuándo, no lo sabemos, por fortuna. Ojalá no sea pronto.
Quienes nos hemos pasado estos años cavilando sobre el peso y sentido de nuestra existencia, al margen de cualquier creencia espiritual, nos hemos preguntado varias veces por el rol del concepto de transcendencia. Se estila que el artista desee trascender a través de su obra, como ha sido la enseña de tantos maestros, incluso de los más anónimos.
Recuerdo que una discusión interesante del feminismo en literatura hace unos años tenía que ver con la tensión entre la trascendencia que se le solía dispensar a los escritores y la inmanencia a la que parecían estar condenadas las escritoras. Un tema de cánones varios, claros, pero también de mundanismos.
Empecé a preguntarme por qué algunas autoras añoraban tanto destinos que se habían adueñado los hombres y que, en realidad, no eran tan alentadores como parecían. Por qué vivir esclavizadas a la gloria del mundo si el arte al que se habían entregado estaba para tareas mucho más grandiosas. Incluso escribí una reflexión sobre mi reproche ante el desconcierto que la escritora Alana Portero mostraba ante la discreta forma con la que Ursula K. Le Guin había encarado la noticia de obtención de un premio importante. ¿Por qué no había hecho más algarabía ante eso? Bueno, porque lo que importa en la literatura son las palabras, no las algarabías. Aun cuando la literatura sea lo más importante en nuestra vida, la vida misma trasciende todo lo que podamos leer y escribir.
Desde luego, supongo que muchos desearíamos que nuestras obras nos sobrevivieran y que algo de todo lo que amamos, todo aquello por lo que luchamos, todo lo que nos dio sentido y esperanza, pudiese alcanzar a alguien más a través de nuestras palabras. Resuenan en mí los versos de esa gran canción que es Travel de The Gathering:
I wish you knew
your music was to stay forever.
And I hope...I have no clue
if you know how much it matters.
And I hope...
Pero lo cierto es que eso es muy difícil que suceda. Como todo con la literatura liberada al mundo, ni siquiera ser un escritor excelente asegura esa supervivencia (de hecho, a estas alturas, parece que es lo menos importante). Los mecanismos de control y poder determinan qué se preserva y se descarta, y para bien y para mal estos siguen siendo impenetrables incluso para expertos del medio editorial. Una obra puede ser concebida y promocionada como un best seller perfecto, en el momento preciso de determinada tendencia, y estrepitarse horriblemente en las cifras de ventas. Una obra muy de nicho, de apariencia casi elitista, puede publicarse sin más y explotar en los ránkings (El infinito en un junco de Irene Vallejo, por ejemplo).
Entonces, si ya para el éxito inmediato esto es inefable, ¿qué cabría esperar de la trascendencia? ¿Estamos dispuestos a hipotecar lo que nos queda de vida en busca de esa incierta supervivencia artística?
Recuerdo de pronto el cuento “Enoch Soames”. Enoch Soames es el nombre de un escritor frustrado y fracasado que, obsesionado con la posteridad de su obra, hace un pacto con el diablo para descubrir qué le ha deparado el futuro literario. Por supuesto, al ser un autor mediocre, no existe en ninguna clasificación relevante. Sobrevive apenas como un pie de página, un personaje ficticio, del cuento de un tal Max Beerbohm… Narrador de este texto, cuyo nombre coincide además con el autor real del cuento... Tras el chasco, Soames vuelve a su temporalidad y ha de entregar su alma al diablo.
Me da la impresión de que hoy en día hay muchos Enoch Soames, y no solo por la mediocridad, que en realidad es un problema menor y que a casi todos nos toca, sino por la angustia de trascendencia. No es casualidad que quien permite entrever este futuro prohibido sea el mismísimo Satanás, porque esta curiosidad obsesiva toma la forma del orgullo. “Yo, que soy tan bueno en lo que hago, merezco trascender”. Es exactamente el tipo de estupidez por la que nos agarraría el diablo, si nos ofreciera un trato de esta envergadura.
Ante la certeza de que yo misma no trascenderé, he podido aliviar un poco mis propias angustias de relevancia, que ahora reconozco también como consecuencia de heridas de infancia y juventud. En la medida en que yo no era verdaderamente importante ni visible para nadie, se entiende el deseo de que mi obra, lo mejor que puedo ofrecer de mí, me hiciera presente ante los demás. Pero uno de los aprendizajes adultos más curiosos al respecto en que, en realidad, no importa qué tan buena escritora pudiera ser, ni qué tan lejos pudiera llegar con mi obra: quienes no me hayan estimado ni valorado no lo harán jamás solo por esto.
Y aunque eso parezca triste (y lo es), también supone una gran liberación interior. Mi intención de escritura y publicación vuelve a ser por completo mía, sin esas máculas infectas: escribo porque tengo historias que deseo contar, intento publicar, a pesar de las miserias inherentes a tal búsqueda, porque deseo darle a otras personas la oportunidad de compartir conmigo esas historias que me son tan importantes.
Porque otra cosa de nuestra imposibilidad de trascender es que personas como las que nunca me valoraron también dejarán de existir algún día, felizmente, y ya no podrán destruir a nadie más como yo. Y si alguna resultarse ser un Max Beerbohm, siempre habrá una lectora y autora que, como yo, se compadecerá de Enoch Soames y tratará de evitar que otros como él, en el mundo real, sufran su destino.
En efecto, no seré yo esa persona, pero esa es otra forma de trascendencia: nuestras luchas y anhelos se repiten en otros seres futuros. Y quizá esos otros triunfen donde nosotros fallamos. ¿Hubiéramos deseado haber triunfado nosotros, y que se nos reconociera por ello? Claro, por supuesto. Pero al final lo verdaderamente importante es el triunfo en sí mismo, no la identidad de quien lo alcanzó. “No one will ever know our names / But the bards' songs will remain”.
En contraste, mientras escribo esto, me entero de un pequeño milagro cotidiano, relacionado con la recuperación de Lost Media. La llamada “La canción más misteriosa del mundo” en Internet, conocida popularmente también como “Ride the Wind” por su coro, ha sido presumiblemente identificada gracias a un usuario de Reddit. Se trata de “Subways Of Your Mind”, creada por la banda alemana FEX. La conocimos en su momento como una demo de onda rockera muy ochentera y entretenida, pero de la que nadie sabía cuál era su atribución, desde que se empezó a difundir en Internet en 2007. El hallazgo de su autoría también reveló la existencia del tema completo, además de otro par de canciones que integran su EP de origen.
Pareciera que esto no tuviera nada que ver con lo que estoy escribiendo, pero no es así.
La canción íntegra incluye una breve sección instrumental de cierre. Es decir, previamente solo habíamos tenido acceso a una versión incompleta e inexacta del tema. Ahora por fin lo conocemos en su completitud. Aparentemente, esto posibilitará brindarle reconocimiento a sus músicos y, quizá, remasterizar la canción.
¿No es algo hermoso en tiempos como estos?
Alguien podría pensar que con esto se van acabando poco a poco los misterios irresolutos del mundo, lo que tiene sentido considerando todas las herramientas de búsqueda tecnológicas que tenemos disponibles hoy en día. Pero también se puede mirar el asunto desde otra perspectiva: qué bello poder aún descubrir misterios en comunidad y celebrar su hallazgo.
¡Qué alegría más pura e inocente la de poder al fin conocer cómo cierra la canción! Es la emoción más extraña y ridícula que he sentido estos últimos días, y la atesoro.
Quiero pensar que los grandes hallazgos literarios de manuscritos perdidos que seguimos experimentando en la actualidad son también parte de esa gran felicidad humana: una peculiar conjunción entre inmanencia y trascendencia, porque gozamos hoy por algo que pretendemos preservar para el mañana, y por lo que rendimos honor a todos los que gozaron en el pasado.
En esos últimos años, he tratado de prestar mucha atención a todo tipo de trazas que he dejado en personas varias desde mi trabajo y amor con la fantasía. Antes me frustraba no tener mayor acreditación, o constatar que algunos de esos reconocimientos anonimizados venían de la cobardía o la malaintención, como indirectas agresivas, algunas más gratuitas que otras. Eso seguirá pasando, claro. Pero estar cada vez más consciente de estas huellas me señala que sí estoy haciendo algo: lo que se supone que debo hacer, lo que elegí hacer, por la fantasía.
Sé que desapareceré algún día, como todos, y con ello todas mis historias y todo lo que he amado. Pero ahora tengo dos respuestas.
Primero, sé que desapareceré solo para este mundo. Pero creo en un mundo en el que podré llevarme lo mío conmigo, porque al fin “yo estaré libre / de mi sombra y mi nombre”. Un mundo en el que podré darles al fin la forma que merecen, más allá de mis limitaciones humanas como escritora, el propósito último de la vida que alguna vez tuve. Esa es mi fe de trascendencia.
Segundo, sé ahora que existen personas como las que se aficionan al rastro del Lost Media y que se esfuerzan por lo que aman en verdadera comunidad. Uno de los comentarios más curiosos que vi ante la recepción del descubrimiento de “Subways Of Your Mind” fue “Happiness has to be fought for”. Creo que esta oración es más bien un meme de otro contexto, pero me gusta la idea que conlleva para mí: amar algo implica luchar por ello, y aguantar con toda la paciencia humanamente posible. Mis cruzadas personales por la fantasía olvidada o poco conocida, o por la propia validación de la fantasía en un mundo miserable como este, se relacionan con este espíritu, y a su vez todo esto ha inspirado a algunas otras personas a emprender caminos similares.
Quizá pueda ajustar mis anhelos egoístas al deseo de que alguna persona quiera comprometerse con la preservación, rescate y protección de mi obra cuando yo ya no pueda defenderla, del mismo modo en que tantos lectores e investigadores, como yo misma, rinden honores a autores muertos que parecen más vivos que tantos otros aún vigentes. La lucha de aquella persona hipotética desaparecerá también, pero habrá existido alguna vez y eso será lo único que importe.
Qué bello sería ese futuro en que una persona pudiera descubrir alguna de mis historias o textos críticos y pensara: “Oh, hubo de esta fantasía en Chile alguna vez”, o bien, en un contexto menos pesimista, “Oh, ya había de esta fantasía entonces”.
Entonces sonaría simbólicamente el final real de “Subways Of Your Mind” y todo sería perfecto, todo habría valido la pena. Esa es mi esperanza de inmanencia.
Imaginar sirve también para esto.
Eso es todo por ahora. Es posible que aún envíe otro boletín antes de que acabe el año, pero, por si acaso, va el deseo de reencontrarnos en 2025. Mucha fuerza para estos últimos meses de 2024.